martes, 31 de agosto de 2010

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El país  |  Martes, 31 de agosto de 2010
Opinión

El año 2015

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Por Horacio González *

El actual gobierno aspira, como se sabe, a otro mandato surgido de las urnas. Si lo logra, en el año 2015 se habrá cumplido un ciclo histórico extenso. A falta de mejor nombre, se lo conocerá como el ciclo "kirchnerista", aunque los historiadores podrán ensayar denominaciones más desapegadas del idioma con que se expresa el fragor político. Pero me detengo ahora en un problema que considero importante. Lo llamaré el problema de la autorreflexión sobre el merecimiento. Aguardar favorablemente otro período constitucional del mismo signo político que los dos anteriores (muchos lo esperan, otros quedan demudados ante esa no inverosímil posibilidad: variados pronósticos ya están circulando) no puede ser un pensamiento simple. Quien lo postule debe acceder a una revisión de su propia conciencia cívica respecto de merecimientos, calidades y proyectos. Es evidente que el ciclo entero que así se cumpliría reclamará exigencias mayores en términos de reflexión histórica; no podría ser producto de un mero continuismo ni el resultado de una operación electoral afortunada.

Admitamos que una continuidad, como dije, "del mismo signo", es un episodio de dimensiones enormes y desafiantes. No puede ser mera continuidad sino disposición a encarar temas, estilos y designaciones nuevas para el conjunto de los actos necesarios para abrir una etapa nueva. En primer lugar, debe estabilizarse nuevamente el juicio sobre el pasado. La disputa sobre Papel Prensa ilustra lo que queremos decir. Proponerlo como de "interés público" lo hace un tema semejante al de la discusión sobre los tributos fiscales sobre la renta agropecuaria, las condiciones de la explotación minera y la cuestión de los medios de comunicación. Pero tiene la propiedad de ser una tribuna de enjuiciamiento sobre el inmediato pasado, que nunca parece cicatrizar. En efecto, en los años '70 convivían varios despliegues antagónicos de "acumulación" económica y política. Sin embargo, vuelve la discusión sobre esos años –discusión que es la misma y es otra–, porque no habrá sociedad argentina si no se realiza la cura real del pasado.

No es fácil pensar otra época en nuestro país donde existiese un banquero como Graiver, joven, aventurero, definido por un estilo de riesgo que sin duda debía fundarse en una mirada muy descarnada sobre el origen de las fortunas (aunque esto sea la esencia recóndita de todo poder financiero). Tal como en el origen real del capitalismo: "con lodo y sangre en sus poros". Parecía ser indistinto si la acumulación capitalista provenía del corazón oscuro del régimen o de las operaciones expropiatorias revolucionarias. Estas, si eran presentadas en nombre de la creación de poderes alternativos, también podían verse como réplica rebelde del origen real de las estructuras dominantes, que en su pasado remoto solían guardar la memoria difusa de un audaz golpe de mano.

En esos años de profunda ilegalidad, el poder revolucionario tomaba no pocos elementos del orden económico reinante, así como los militares, en su sueño demencial también fundado en la ilegalidad y en el uso del Estado al mismo tiempo, tomaron elementos del proceder insurgente. No eran moralmente iguales estos dos poderes, como lo demuestra el hecho de que uno de ellos generalizó una matanza en las tinieblas del Estado, tornándolo a éste clandestino. Como ahora viene a demostrarse, de las tantas encrucijadas existentes, Graiver representaba una de ellas, porque podía ser el banquero de todos, mostrando la ilegalidad profunda de la época. Los militares de aquel tiempo de tinieblas juzgaron que la relación entre Montoneros, la banca Graiver y las nuevas hipótesis de "acumulación primitiva" de un renovado capitalismo financiero debía resolverse por la coacción, por el cerrojo de miedo que imponían sobre la sociedad y fraguando la alucinada imagen de las desapariciones como "secreto que todos sabían".

El secreto del Estado clandestino lo sabía el Estado visible, y el secreto de la sociedad de torturadores lo sabía la sociedad real en las entrelíneas de su facultad de sospechar. Eran conocimientos subterráneos, metáforas ocultas de cualquier conversación trivial. Con esos ingredientes coactivos que permitían caminar por la calle pero que mantenían sus partículas atemorizantes en el interior del habla real, se ejercía la gran trama expropiatoria. Era la confiscación general de bienes en todos los planos de actividad –empresas y personas–, cuya metodología en la mayoría de los casos reposaba en la ley de fuga, en los vuelos de la muerte o en los campos de concentración en cuarteles, comisarías o destartalados predios del Estado. Y en otros, de la prisión anterior o posterior a los hechos, como coreografía de la cesión de bienes y contratos de traspaso de propiedades.

El caso Graiver, como siempre se sospechó y siempre se dijo en sordina, es parte de la cifra entera de la historia nacional contemporánea. Excede y refuta lo que los escuetos tribunos de la oposición, los editorialistas de los diarios involucrados y el propio fiscal Strassera dicen ver en este episodio: un caso de impostura gubernamental, una malversación de los derechos humanos al lanzarlos hacia una nueva torsión confiscatoria, una arbitraria conversión en ilegales de hechos que mostraban su prístina legalidad. Agregan una consabida letanía: control de medios, atentado a la libertad de expresión, inseguridad jurídica. ¿Acaso no era una familia vinculada a las finanzas vendiendo sus propiedades por un comprensible traspié económico? No, era mucho menos y mucho más que eso. Mucho menos: el Estado al que como financista Graiver quería aliarse aunque con otro estilo de acumulación venía en 1976 a cobrar sus libras de carne. Mucho más: el poder militar-empresarial-comunicacional quería construir otro Estado sobre la ruina de pactos anteriores, un nuevo orden estatal y financiero exorcizando con sangre al grupo Montoneros, que también era mucho más que una organización armada, pues interpelaba al conjunto de los estamentos productivos, religiosos y militares de la nación.

Por lo tanto, los actos reales del actual gobierno exceden cualquier astucia que pudiera haber en torno de la invocación de los temas de derechos humanos para finalidades no intrínsecas a ellos. Son actos de historiografía aplicada. Son una entrada efectiva al reino de la libertad de expresión, que es la que indaga el interior de los lenguajes sociales sin pretender encontrarlos prefabricados. Por supuesto, ahora pudiera haberse preferido silenciar este tema específico de la empresa de papel, porque incluso la sociedad argentina estaba preparada para ello. Nadie lo reclamaba, luego de largos años donde la Justicia avanzó no poco y de manera muchas veces excepcional. ¿Para qué más? Pero ya no se trata tanto de la justicia sino de la historia, cuyo conocimiento profundo es finalmente la forma superior de la justicia. No en todos los casos, pero sí en casos extremos como éste, una familia es una forma equivalente al drama histórico en su conjunto. Por eso se escinden en escribanías y por medio de papeleríos tribunalicios.

Como los Labdácidas de Sófocles, los Graiver son una estructura familiar que fue acosada por el Estado, que perteneció a la conciencia implícita de una época turbada y llega a este momento actual en busca de su verdad, como tantas otras familias, habiendo atravesado estos años con distintas readaptaciones y diversos grados de aceptación de los nombres políticos más sombríos que diera la política nacional. El Estado, si busca reconstruirse como parte de la sociedad y de la memoria pública (que no necesariamente sanciona pero busca instituir sus verdades), debe dar el paso fundamental del esclarecimiento de la historia. Alemania, en los años '80, aún discutía las responsabilidades y conceptos profundos que habían llevado al nazismo.

Ocurre lo mismo entre nosotros, con las diferencias que quieran establecerse, principalmente una: la conducción central del régimen militar argentino instaló la maquinaria de terror pero la combinó con un discurso público de restauración del orden hablado con palabras solicitadas del diccionario de la república y las libertades. A muchos grupos empresarios y a muchos argentinos con responsabilidades culturales y sociales se les hizo fácil aceptar este acertijo insensato, primero, porque conocían esas palabras tranquilizadoras y, segundo, porque los ayudaban a no mirar demasiado hacia una realidad de pesadilla, de la que podían sacar partido sin tanta mala conciencia, pues se vivía un régimen doble y entrelazado. En un segmento se mantenía la ley, y en otro, débiles tabiques amortiguaban la voz del torturado, aunque la situación incluía que algunos gritos se filtraran para decir sin decir. ¿Qué sugerían? Que las leyes del tráfico económico y la identidad de las personas eran nominales. No eran leyes ni identidades, eran la traducción normativa de aquellos gritos provenientes de la mazmorra.

Ahora está ante la Justicia y el Parlamento este núcleo trágico de la historia nacional. Pero principalmente está frente a la conciencia pública. Entonces: por parte del gobierno que desató el nudo de esta discusión, aspirar a completar ante la consideración popular y constitucional cuatro años más de mandato, supone acrecentadas responsabilidades en cuanto a este tema y a tantos más. Es preciso asumirlas y darles el contenido de ideas que amplíen la frontera del compromiso genuino con los grandes cambios.

El Frente que se propone debe obtener más especificaciones conceptuales: se dice "trabajadores, clase media, empresarios". Deben refinarse estos conceptos e incluso personalizarse, mencionar cómo las instituciones de cada sector se cortan o se constituyen. Deben insinuarse valoraciones de tales instituciones y de su historia, y debe mencionarse la región cultural habitada por distintas corrientes intelectuales y morales, que deben también especificarse. Deben darse respuestas más comprensivas y originales a las discusiones en ciernes, poniéndose en discusión pública los grandes esquemas bajo los cuales se realiza hoy la minería, tanto como se discutió y sigue discutiendo la naturaleza y distribución de la renta agraria. El equilibrio de transferencias remunerativas entre el capital y el trabajo, desde luego, no debe ser una categoría de equilibrio suficiente sino el paso necesario hacia un nuevo dinamismo social, que lleve directamente a discutir el reino de las tecnologías y la ciencia, su responsabilidad en la creación de riqueza y conocimiento al margen de corporaciones y tecnocracias. La idea tradicional de "cultura del trabajo" debe dar paso a la potenciación de todas las formas nuevas y modalidades emancipadas del trabajo: material, simbólico, manual e intelectual.

Un gobierno con una realidad de minoría o empate parlamentario no debe ser minoritario en el acto de tomar las fuerzas de la historia en sus manos. Estas son las fuerzas de la libertad colectiva, de la pedagogía de masas y del esclarecimiento de su propio pensamiento, en términos de renunciar al uso de la coacción estatal, de dejar que reinen las pulsiones del argumento persuasivo, dirigido en especial a quienes lo atacan o consideran que no posee legitimidad para hablar de historia, memoria y derechos humanos. Pero en estos casos hablan los actos. Es cierto que en cuerda simultánea debe hablar el habla, deben hablar las palabras. Muchas ya se han dicho. Lo que quiero decir es que hay un tramo exigente que aún deberá recorrerse. El de mostrar, en un gran ejercicio de reflexión y autocrítica, que el período advenidero, elecciones mediante, deberá ser fruto del merecimiento, esto es, de mayores autoexigencias y compromisos crecientemente sutiles. Por un lado, merece quién interpreta mejor el pasado y lo transborda a otras dimensiones en las que juzga situaciones ya vividas, cancela los atavismos y renueva la esperanza. Por otro lado, merecer es algo a ser creado, es el único sector de la vida en que en el momento de la cosecha no actúa el pasado ni somos fruto de meros legados.

Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.

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El mundo  |  Domingo, 29 de agosto de 2010
ENTREVISTA CON EL SOCIOLOGO LUIS RONIGER SOBRE LAS EXPERIENCIAS EN LATINOAMERICA

"El exilio es un instrumento de control"

Tras participar en una conferencia organizada por el Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero, el experto en situaciones de destierro se refirió a la de la oposición en Cuba y Chile, Venezuela y Arizona.

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"El destierro se usaba como un mecanismo social para alejar a la gente que generaba problemas."

El exilio es un fenómeno con raíces profundas en América latina. De visita en Argentina, el sociólogo político Luis Roniger explicó las particularidades del destierro en el Cono Sur. También el intelectual, que participó en una conferencia organizada por el Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero, se refirió a la situación de la oposición en La Habana y en Caracas.

–¿Cómo se define el exilio?

–El exilio es un mecanismo institucionalizado de control político y tradicionalmente se generó en los países de nuestro continente ya en época colonial. No se llamaba exilio entonces, se llamaba destierro. Se usaba como un mecanismo social para alejar a la gente que generaba problemas. A aquellos a los que se quería castigar localmente y eran parte de cierta capa social, se los enviaba lejos a Chile, a la frontera para reforzar la estabilidad en las zonas marginales del imperio. Con la independencia, se transforma en un mecanismo político para controlar a la oposición dentro de la élite. La lógica del exilio es una lógica que previene que la clase política se desangre por completo. Porque si matan al contrincante se crea un círculo vicioso de violencia. La otra posibilidad es de ampliar la lucha política incluyendo a las clases bajas, pero entonces tienen el peligro de que estos sectores puedan replicar lo que se hizo en Haití y destrozar por completo a la élite política.

–¿Cómo operan esos desterrados una vez que salen de su país de origen?

–Una vez en el exterior, se crean comunidades de exiliados y esas comunidades de exiliados descubren su identidad nacional mientras están lejos. Los exiliados que llegaron a otro país se redescubren, descubren el alma nacional, reivindican un cierto proyecto como el proyecto auténtico, mientras que los que los forzaron al exilio son aquellos que traicionaron el verdadero proyecto nacional. Tradicionalmente, la estructura del exilio comprende dos países: uno que expulsa y uno que recibe o da asilo. Un tercer ángulo es el de las comunidades de exiliados que interactúan con otras comunidades de exiliados o con la sociedad local. En el siglo XX, surge un cuarto factor: la comunidad internacional. Entonces el exilio político entra a jugar de una forma totalmente diferente.

–¿Qué involucra la aparición de la esfera internacional?

–A mediados del siglo XX, surge la esfera transnacional y los exiliados en lugar de ser callados, silenciados, cobran cierto protagonismo. El caso de Juan Domingo Perón es un caso típico. Toda la política argentina no se decide en la Argentina, sino que en España se puede llegar a negociar resultados electorales y estrategias políticas. Ese es el caso extremo pero es reflejo de la importancia creciente de la esfera internacional.

–¿Qué pasa con la comunidad internacional y aquellos que parten al exilio en los años '70?

–El caso más típico es cuando se instauran regímenes represivos autoritarios en la mayoría de los países de América latina y los exiliados, una vez en el exterior, cobran nuevo protagonismo a través de sus relaciones con redes de solidaridad internacional, que se preocupan por las violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y en Brasil. A través de eso, le dan nueva centralidad a la presencia de exiliados que se mueven en el exterior. También la facilidad de las comunicaciones y del transporte posibilita esa presencia internacional de los exiliados. Hay comunidades de exiliados que juegan el juego mejor y hay otras que juegan el juego peor por fricciones internas.

–¿Cuáles juegan mejor ese juego?

–En el caso chileno, toda la estructura de partidos se proyectaba inmediatamente y encontraba recogida en los países hermanos en el exterior y eso les daba un protagonismo central, una presencia muy fuerte dentro del debate interno en los distintos países de asilo y en la esfera internacional. Al exilio se lo dejó un poco de lado y el exilio ha jugado un papel fundamental en cambios políticos a lo largo de dos siglos y pico y todavía más en la tercera ola de democratizaciones. No se puede entender la democratización chilena sin entender el reacomodamiento de fuerzas políticas chilenas en el exterior, que conformaron la Concertación que eventualmente llevó al presidente Patricio Aylwin al poder en el año '90.

–¿Qué pasaba con los exiliados uruguayos?

–En el caso uruguayo había divisiones. En cierto sentido, la migración económica era también parte de las comunidades. Era una comunidad mucho más diversificada que otras. Pero, por otro lado, los uruguayos entendieron la retórica de los derechos humanos antes que otros. Parece que en Estados Unidos, políticos uruguayos representaron muy bien la causa de las violaciones a los derechos humanos en Uruguay. Mientras que a otras comunidades tal vez les llevó un poquito más de tiempo transformar la retórica revolucionaria en una retórica de derechos humanos que sería más fácilmente interpretada a nivel internacional.

–¿Se puede hablar de exilio en regímenes democráticos?

–Sí, hay exilio en regímenes autoritarios como en regímenes democráticos. Esa es una de las tantas verdades que vamos descubriendo. Popularmente se tiende a asociar el exilio con regímenes autoritarios y el asilo con regímenes democráticos. Pero en América latina, países autoritarios han aceptado asilar, dar recepción a refugiados, para jugar internacionalmente la bandera de ser un país progresista. Esto ha sucedido en la República Dominicana durante la Segunda Guerra Mundial con los refugiados judíos de Alemania y Austria. Internamente México podía ser autoritario pero recibió con las manos abiertas a los exiliados de la Argentina. Sigue habiendo casos de democracias que expulsan. Por ejemplo, por la polarización está el caso de Venezuela.

–Algunos opositores liberados por el régimen socialista de Cuba denuncian que los están forzando al exilio, ¿esto es así?

–Claro. Todo país, ya sean democracias que se llaman participativas, populares o liberales y los regímenes autoritarios, que no permite a la oposición política tener espacios crean una situación que genera exilio. Uno de los indicadores de la calidad de democracia es que haya espacio para la oposición. El exilio implica que hay una baja calidad de democracia, sea donde fuere. No hay país en América latina, que en mayor o en menor medida, no haya usado o abusado del exilio político, de este mecanismo institucionalizado de control político.

–¿Qué pasa con la Ley Arizona en Estados Unidos?

–Es un control de las fronteras. Puede ser criticado pero es otro tipo de fenómeno. Eso depende del nivel de ingresos de cada país capitalista y de la facilidad de movilidad. Después del ataque a las Torres Gemelas, el deseo de controlar fronteras se ha visto incrementado por el temor y eso complica mucho la situación de la gente que llega para mejorar su nivel de vida. También afecta a quienes desean emplearlos en el país de acogida. Es una dinámica que conjuga el deseo de no permitir que inmigrantes "ilegales" ingresen y expulsar a aquellos que, según parte de la población, compiten en el mercado. Aunque, en realidad, hacen trabajos que los locales no quieren hacer.

Entrevista: Luciana Bertoia.

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El país  |  Domingo, 29 de agosto de 2010
Medios y nueva izquierda

By pass mediático

Los gobiernos progresistas tienen batallas diarias con los medios y a la vez viven en ellos. Cómo se creó la dinámica.

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Por José Natanson

Los gobiernos de la "nueva izquierda" que hoy ejercen el poder en buena parte de los países latinoamericanos libran batallas cotidianas contra los medios. El quiebre del sistema de partidos en algunos países, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, abrió un espacio que fue ocupado por la prensa, que en algunos casos lideró a las fuerzas opositoras. Pero incluso en aquellos países en donde el tránsito al pos-neoliberalismo fue más gradual y sereno hay conflictos entre el gobierno y los medios. Esto se verifica en la decisión de muchos presidentes de crear un "by pass mediático" que les permita comunicarse directamente con la sociedad, el impulso a leyes regulatorias y la ampliación del complejo de medios públicos. Y, como telón de fondo, el hecho de que, por primera vez en décadas, el cuestionamiento a las instituciones de la democracia afecta también a los medios de comunicación.

Medios en el vacío

Entre todos los cambios que viene registrando la política, uno de los más notables es el proceso de desafección, en el sentido de una mayor distancia, a menudo teñida de desilusión, escepticismo y bronca, entre representantes y representados, acompañada por un debilitamiento de las tradiciones partidarias clásicas: ser peronista o radical en Argentina, o adeco o copeyano en Venezuela, o liberal o conservador en Colombia, ya no significa lo mismo que en el pasado. Con los partidos desestructurados, a veces astillados en mil pedazos incomprensibles, la política se asemeja a un proceso fluido, sin marcos y difícil de decodificar.

Esta tendencia –que, insisto, es global– se ha verificado de manera extrema en algunos países de América latina. Entre mediados del siglo pasado y principios del actual, varios países de la región vivieron crisis económicas que marcaron el final del ciclo neoliberal en medio de estallidos sociales y represiones con distintos grados de violencia. El tránsito del neoliberalismo a la "nueva izquierda" se procesó de manera más o menos constitucional, pero dejó sus secuelas. Fue así como sistemas partidarios que venían funcionando desde hacía años, a veces décadas, volaron por los aires: es el caso del Punto Fijo venezolano, de la "democracia pactada" boliviana y del sistema ecuatoriano, que en poco tiempo, a veces en cuestión de meses, dejaron de existir.

En estos países, el sistema político se recompuso a partir de la emergencia de liderazgos de alta popularidad (Chávez, Evo, Correa, Kirchner), que supieron reconstruir la autoridad presidencial y se propusieron un amplio programa de reformas. Pero tal recomposición abarcó sólo a una parte, la oficialista, del sistema político, dejando a la oposición sumida en una maraña de enredos internos, rencillas personales y desorientación. Este vacío fue ocupado por otros actores, incluyendo, o comenzando por los medios de comunicación, que en algunos países, y en ciertos momentos, asumieron la conducción política de la oposición (en algunos casos acompañados por otros poderes fácticos, como los gobiernos autonómicos en Bolivia o la burocracia petrolera en la Venezuela del 2002).

Bernardo Sorj lo explica bien en su libro Poder político y medios de comunicación. "En el contexto del debilitamiento de otros medios tradicionales de articulación de voces de la oposición en la región, en particular de los partidos y los sindicatos, los medios aparecen como los únicos factores capaces de articular críticas al poder público." Esto se vería reforzado por el hecho de que, como explica Fernando Ruiz en el mismo libro, el periodismo latinoamericano se encuentra más cerca del modelo de periodismo militante y políticamente comprometido originario de Europa occidental que del modelo profesional y supuestamente neutral que prevalece en el mundo anglosajón.

Primera idea entonces: el clima de polarización y enfrentamiento entre el Estado y los medios es menos el resultado de los ánimos censuradores de los gobiernos de izquierda o del espíritu desestabilizador de la prensa que de las condiciones políticas que se viven en la actualidad.

Esto no implica ignorar los conflictos de intereses, por supuesto existen, sobre todo cuando los medios se encuentran imbricados en complejos económicos que incluyen al agro (en Argentina), las finanzas (en Ecuador) o los hidrocarburos (en Bolivia). Simplemente, se trata de poner en contexto estas nuevas tensiones. No es casual, en este sentido, que los países que no registraron estallidos sociales ni quiebres políticos, en donde el tránsito al pos-neoliberalismo se produjo de manera más serena y gradual, la tensión gobierno-medios no haya adquirido semejante intensidad. Es el caso de Chile, Brasil y Uruguay. Sin embargo, un repaso por varias experiencias latinoamericanas revela parecidos incluso con estas naciones.

Leyes regulatorias

La batalla entre el Estado y los medios ha asumido, en algunos casos, forma legal, a través de la propuesta o sanción de leyes tendientes a regular la actividad mediática. Se trata de un tema complejo que conviene estudiar caso por caso y cuyo análisis en profundidad excede las posibilidades de este espacio. Sin embargo, es posible apuntar algunas primeras conclusiones.

En general, la reacción ante estas iniciativas adquiere la forma de un reflejo corporativo que asume como un atentado a la libertad de expresión cualquier intento por regular las telecomunicaciones o la prensa. Pero no necesariamente debería ser así. Existen, por ejemplo, razonables regulaciones de mercado, que apuntan a evitar las posiciones monopólicas o dominantes. Esto sucede incluso en países muy celosos de la libertad de empresa y las garantías individuales, como Estados Unidos, donde las normas establecen límites a la propiedad cruzada de licencias de TV, radio y cable, fijan cuotas máximas de mercado y limitan la posibilidad de que una misma empresa controle medios gráficos y audiovisuales.

El proyecto ecuatoriano, por ejemplo, prohíbe que una compañía dueña de un banco sea también la propietaria de un medio, con el argumento de que la orientación editorial del segundo puede quedar atada a los intereses del primero. La ley de medios argentina, aprobada en el Congreso tras un largo debate, apunta a desmonopolizar el panorama mediático estableciendo cuotas de mercado y prohibiendo el control de cierto número de licencias en la misma área geográfica. Algo similar podría ocurrir si el Congreso vota el proyecto oficial para declarar de "interés nacional" la producción de papel para diarios, lo que les permitiría a los editores acceder al insumo básico a un precio igualitario.

Pero el eje son siempre los medios audiovisuales. Las leyes y proyectos aprobados o en debate establecen una distribución equitativa de las frecuencias entre el Estado, el sector privado y el sector comunitario o de la sociedad civil (es el caso de Argentina y Ecuador y también de los proyectos que se discuten en Bolivia y Uruguay), fijan cuotas de producción nacional (Argentina, Ecuador, Venezuela) y establecen horarios y pautas para la protección de los niños (todas).

El tema se torna más complejo al analizar los procedimientos sancionatorios, en particular cuando éstos contemplan la suspensión –temporal o definitiva– de las licencias. El caso extremo es Venezuela. En mayo de 2007, fortalecido tras arrasar en la campaña por su reelección, Chávez decidió no renovar la licencia de RCTV, el canal más antiguo del país, con el argumento de que había apoyado el fallido golpe de Estado del 2002. La licencia estaba vencida y el Estado tenía la posibilidad de no renovarla. Por otra parte, el canal siguió transmitiendo por cable.

El trámite, sin embargo, fue irregular. Desde el punta de vista jurídico, si había una responsabilidad debía recaer sobre personas naturales –los dueños del canal– y no sobre la empresa. Desde el punto de vista político, la intencionalidad está clara: el resto de los canales también habían acompañado la intentona golpista, pese a lo cual el gobierno les permitió seguir operando, básicamente porque, finalmente convencidos de que había Chávez para rato, decidieron suavizar su línea editorial. El hecho de que Chávez haya formulado el anuncio de RCTV en un establecimiento militar y vestido de uniforme no ayudó a tranquilizar los ánimos. La OEA protestó, y el presidente respondió tildando de "insulso" a su titular, José Miguel Insulza.

La decisión se suma al cierre de 32 radios primero y otras 29 después, con el argumento de que no cumplían con los requisitos legales para operar, y a las 40 causas –entre las iniciadas por funcionarios del gobierno y las presentadas por particulares– contra el único canal claramente antichavista, Globovisión. Los motivos son variados: durante una entrevista con el director de RCTV, Globovisión difundió imágenes del atentado contra el papa Juan Pablo II con la canción de Rubén Blades "Eso no termina aquí" de fondo. El gobierno acusó a la emisora de incitar subliminalmente al magnicidio. En otra oportunidad, el canal fue denunciado por poner al aire un mensaje de texto de un televidente convocando a un golpe de Estado. En las últimas elecciones, Globovisión recibió otra denuncia por transmitir la reacción de un candidato a la gobernación de Carabobo que instó a tomar las oficinas del Consejo Nacional Electoral, disconforme con el resultado.

Estos procedimientos sancionatorios se encuadran en la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión (conocida como Ley Resorte). Aprobada en diciembre de 2004, la norma prevé sanciones, que pueden llegar a la suspensión por 72 horas continuas de la señal, para "aquellos medios que difundan mensajes que promuevan o hagan apología o inciten a la guerra o a la alteración del orden público". Hay que señalar, además, la decisión –de la Justicia, no del gobierno, aunque obviamente hay sospechas sobre la influencia de éste sobre aquélla– de detener al dueño de Globovisión por una causa judicial que, aunque aparentemente no tendría vinculación con su actividad periodística, marca una coincidencia es llamativa. Y el fallo –de la justicia, no del gobierno– prohibiendo al diario El Nacional difundir imágenes de los muertos en una morgue de Caracas con el argumento de que "vulneran la integridad psíquica y moral de los niños, niñas o adolescentes".

El tema es complejo, pues alcanza con revisar rápidamente los portales antichavistas, que difunden abiertamente opiniones en algunos casos golpistas, racistas e injuriosas, para confirmar que la libertad de expresión sigue viva. Venezuela no es Cuba. Y el gobierno no es el único actor en este juego peligroso: los medios venezolanos, en especial la televisión, lideraron el intento de golpe de Estado de 2004 y luego siguieron ubicándose, por momentos, en posiciones claramente desestabilizadoras. En todo caso, Venezuela se sitúa en un lugar particular, diferente al de Argentina o Bolivia, donde las leyes no regulan contenidos, el Estado no ha decretado la suspensión de ninguna licencia, no se ha aplicado la censura ni política ni judicial y no existen casos de periodistas presos.

Paradoja final

Los datos del Latinobarómetro 2009 confirman que los medios de comunicación se encuentran a la cabeza de los rankings de confianza en diversas instituciones, superados sólo por la Iglesia, y muy por arriba del gobierno, la empresa privada, la policía o los sindicatos. Sin embargo, la confrontación, en algunos países muy directa, con presidentes que gozan de una altísima popularidad, ha contribuido a ponerlos en cuestión por primera vez desde el inicio de la última ola de democracia en América latina. La reacción destemplada de muchos de ellos ha contribuido a romper contratos de lectura basados en una supuesta aunque imposible neutralidad o independencia.

Los medios, cada vez más centrales, también son más discutidos. Existe hoy una conciencia cada vez más amplia en cuanto al verdadero lugar de los medios en la democracia: no sólo una arena sino también un actor en el debate político. En su famoso libro La democracia y los partidos políticos, el sociólogo ruso Moisei Ostrogorski afirmó: "La función de las masas en una democracia no es gobernar sino intimidar a los gobernantes". En tiempos de globalización y auge de las nuevas tecnologías no sólo gobiernan los políticos, sino también, en algún sentido, los medios. La novedad es que la sociedad ha comenzado a intimidarlos.

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lunes, 30 de agosto de 2010

RE: [lecturayformacion] [Pagina12WEB] Noticia enviada por Poli H

 

Es buena esa nota, la leí hoy temprano
Hay varias cosas que no comparto, es más, creo que por momentos el gordo bate fruta a full. Cómo va a decir que Foucault en ningún momento habla de la construcción de sentidos y el poder -digamos- mediático. Dice quen o habló del poder comunicacional. Gordo, la puta que te parió! el Poder de Foucault lo es todo: es comunicacional, simbólico, físico, íntimo y biológico. No solo crea sujetos y da sentido a relaciones, también fija conceptos, concepciones, las construye y destruye!



To: lecturayformacion@gruposyahoo.com.ar
From: patricio_rosales@hotmail.com
Date: Mon, 30 Aug 2010 16:37:17 -0300
Subject: [lecturayformacion] [Pagina12WEB] Noticia enviada por Poli H

 

El país  |  Lunes, 30 de agosto de 2010
Opinión

Un análisis del poder

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Por José Pablo Feinmann

El discurso que la presidenta CFK ofreció el 24 de agosto fue más allá de lo que han ido todos los discursos de los presidentes argentinos hasta la fecha. Nadie –ni siquiera el primer Perón o Evita– procedieron a una destotalización de la estructura del poder en la Argentina. Analíticamente, destotalizó, en primer término, la totalidad y luego la armó otra vez para exhibir su funcionamiento. ¿De qué estaba hablando la Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente. Para salir de Marx y entrar en Heidegger (como crítico exquisito de la modernidad pero desde otro lado al de Marx) se vio obligada a eliminar al sujeto, tal como Heidegger lo había hecho con innegable brillo desde su texto La época de la imagen del mundo. También Michel Foucault dio por muerto al hombre. Barthes, al autor. Al estilo. Deleuze, desde Nietzsche, a la negatividad, o sea: al conflicto en la historia. Y la academia norteamericana sistematizó todo esto incorporando con fervor a los héroes de la French Theory. El fracaso es terrible y hasta patético. En tanto los posmodernos postulan la muerte de la totalidad, el Departamento de Estado postula la globalización. En tanto proponen la muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta –hace años que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la desarrollo– es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto centrado y no descentrado, logocéntrico, fonocéntrico, ajeno a toda posible diseminación, informático, bélico, enmascarador, sometedor de conciencias, sujetador de sujetos, creador de realidades virtuales, creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear la realidad, esa realidad que ese sujeto quiere que sea, quiere que todos crean que es, que se sometan a ella, y, sometiéndose, se sometan a él, porque lo que crea el sujeto absoluto comunicacional es la verdad, una verdad en la que todos acabarán creyendo y que no es la verdad, sino la verdad que el poder absoluto comunicacional quiere que todos acepten. En suma, su verdad. Imponer su verdad como verdad para todos es el triunfo del sujeto comunicacional. Para eso debe formar los grupos, los monopolios. Debe apoderarse del mercado de la información para que sólo su voz sea la que se escuche. Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen. Una vez que esto se logra el triunfo es seguro. El arma más poderosa de la supraposmodernidad del siglo XXI radica en el mayor posible dominio de los medios de información. Que ya no informan. Que transmiten a la población los intereses de las empresas que forman el monopolio. Intereses en los que todas coinciden. Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el comunicacional. ¡Por supuesto! ¿Si había negado al sujeto cómo iba a analizar los esfuerzos del poder por constituirlo de acuerdo a sus intereses? Nadie vio –además, y se me antoja imperdonable– al nuevo y monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel. Algo atisbó Cornelius Castoriadis. Pero poco. Relacionó las campañas electorales con las empresas que las financian. Pero –insisto–, aquí lo esencial es que el tema del sujeto ha vuelto a primer plano. Colonicemos al sujeto, hagámosle creer lo que nosotros creemos, y el poder será nuestro. El poder empieza por la conquista de la subjetividad. Empieza por la construcción de algo a lo que daré el nombre del sujeto-Otro.

Formulemos –como punto de partida de esta temática esencial– la obligada pregunta: ¿qué es el sujeto-Otro? Es lo Otro del sujeto. Escribo Otro con esa enorme O mayúscula para marcar la ajenidad que el Poder consigue instaurar entre el sujeto y lo Otro de sí. Heidegger transitó bien está temática. Lo que yo llamo sujeto-Otro es ese sujeto que –según Heidegger– ha caído "bajo el señorío de los otros" (Ser y Tiempo, parágrafo 27). He aquí un señalamiento brillante y preciso: el señorío de los otros. Heidegger amplía el concepto: quien cae bajo ese señorío (el de los Otros) "no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser". "El Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida. Mis posibilidades (...) son las del Otro, son las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido" (JPF, La historia desbocada, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009, p. 128). Heidegger, sin embargo, se remite a la esfera ontológica: lo que se pierde es el ser. No creo que debamos poner el acento ahí: lo que se pierde es la subjetividad, la conciencia, la autonomía de pensar por nosotros mismos, pues pensamos lo que nos hacen pensar, decimos lo que nos hacen decir y nos convertimos en patéticos, bobos, manipulados defensores de causas ajenas. CFK manejó la temática con precisión y con una audacia que –yo, al menos, y ya tengo mis años viviendo siempre en este país– no le vi a ningún presidente. Cuando retoma la frase de tapa de Clarín y la da vuelta es donde revela qué es el Poder. Clarín titula: "El Gobierno avanza en Papel Prensa para controlar la palabra impresa". Detrás de esta frase está toda la campaña "erosionante" (por utilizar un concepto del revolucionario popular agrario Buzzi, fiel a sus bases hasta la muerte, hasta matar a la FA sometiéndola a los intereses de la Sociedad Rural, manejada hoy por el "Tano" Biolcati, descendiente de la "chusma ultramarina" que Cané desdeñaba, y no por Martínez de Hoz o por el elegante señor Miguens) de la oposición. Es decir, el Gobierno es autoritario, enfermo de poder y siempre empeñado en silenciar a todos. CFK le da la razón a Clarín: "Clarín piensa que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. Quiero en esto coincidir con Clarín. Claro, quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. ¿Por qué? Porque Papel Prensa Sociedad Anónima es la única empresa que produce en el país pasta celulosa para fabricar papel de diario, fabrica el papel de diario, lo distribuye y lo comercializa en lo que se conoce en términos económicos y jurídicos como una empresa monopólica integrada verticalmente. ¿Por qué? Porque va desde la materia prima hasta el insumo básico, pero no solamente produce ese insumo básico sino que además determina a quién le vende, cuánto le vende y a qué precio le vende. Por eso coincido con Clarín en que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa en la República Argentina".
El Poder –en cada país– tiene que formar monopolios para tener unidad de acción. No se tiene todo el poder si se tiene sólo Papel Prensa, que implica, es verdad, el control de la palabra impresa. Pero hay que tener otros controles. Sobre todo –hoy, en el siglo XXI, en esta supraposmodernidad manejada por la imagen– el poder de la imagen. Y el de la voz radial, siempre penetrante, omnipresente a lo largo de todo el día. Se trata de la metralla mediática. No debe cesar. ¿Por qué este Gobierno se complica en esta lucha con gigantes sagrados, intocables? O lo hace o perece en cualquier momento. Desde la campaña del señor Blumberg se advirtió que los medios podían armar una manifestación popular en pocas horas. Toda la gilastrada de Buenos Aires salió con su velita detrás del ingeniero que no era e impulsada por Hadad y la ideología-tacho que –en ese entonces– era una creación de Radio 10. La ideología-tacho es un invento puramente argentino. Como el colectivo, el dulce de leche y Maradona. Uno toma un taxi en cualquier parte del mundo y el taxista no lo agrede con sus opiniones políticas. Lo deja viajar tranquilo. Sigamos: la segunda, terrible señal de alarma fue durante las jornadas "destituyentes" y "erosionantes" del "campo". Sin el apoyo inmoderado de "los medios" habría sido un problema menor. Pero la furia mediática llegó a sus puntos más estridentes. La "oposición" no es esa galería patética de ambiciosos, torpes e impresentables políticos que pelean mejor entre ellos que con sus adversarios. Son los medios. La derecha no tiene pensadores, tiene periodistas audaces, agresivos. Y la mentira o la deformación lisa y llana de toda noticia es su metodología.
El análisis de CFK fue excesivamente rico para una sola nota. Hasta aquí tenemos: Videla convocó a La Nación, Clarín y La Razón y les entregó Papel Prensa. Al ser el Estado desaparecedor socio de la sociedad que se formó, esos diarios no sólo apoyaron o colaboraron con un régimen abominable, fueron sus socios. ¿Para qué? CFK lo dice así: "Durante esos años se escuchaba mucho el tema defender nuestro estilo de vida. Nunca pude entender exactamente a qué se referían cuando se hablaba de defender nuestro estilo de vida. Yo no creo que la desaparición, la tortura, la censura, la falta de libertad, la supresión de la división de los poderes puedan haber formado en algún momento parte del estilo de vida de los argentinos". Sí, en el momento en que se constituye Papel Prensa y Videla les pide a los grandes diarios que –ahora sí: a muerte– defiendan la lucha en que están empeñados, el estilo de vida argentino, para ser defendido, requería los horrores de la ESMA. Hay un libro de Miguel Angel Cárcano: El estilo de vida argentino. En sus páginas se traza una imagen idílica, campestre, cotidiana y señorial del general Roca. Ese es –para Cárcano– un héroe de nuestro estilo de vida. El de ellos, el de la oligarquía que hizo este país a sangre fuego y a sangre y fuego lo defendió siempre que se sintió atacada. Los herederos de Cárcano y Roca todavía lo defienden. Si se les deja el poder de "formar la opinión pública" como siempre lo hicieron volveremos al país que desean: el del neoliberalismo, el de los gloriosos noventa. Conservarán el poder. Al que CFK dibujó así: "Si hay un poder en la República Argentina, es un poder que está por sobre quien ejerce la Primera Magistratura, en este caso la Presidenta, también por sobre el Poder Legislativo y, mal que pese, también por sobre el Poder Judicial (...) es invisible a los ojos". Es el poder que tan impecablemente definió un otrora misterioso personaje: "¿Presidente? Ese es un puesto menor".

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El país  |  Lunes, 30 de agosto de 2010
Opinión

Un análisis del poder

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Por José Pablo Feinmann

El discurso que la presidenta CFK ofreció el 24 de agosto fue más allá de lo que han ido todos los discursos de los presidentes argentinos hasta la fecha. Nadie –ni siquiera el primer Perón o Evita– procedieron a una destotalización de la estructura del poder en la Argentina. Analíticamente, destotalizó, en primer término, la totalidad y luego la armó otra vez para exhibir su funcionamiento. ¿De qué estaba hablando la Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente. Para salir de Marx y entrar en Heidegger (como crítico exquisito de la modernidad pero desde otro lado al de Marx) se vio obligada a eliminar al sujeto, tal como Heidegger lo había hecho con innegable brillo desde su texto La época de la imagen del mundo. También Michel Foucault dio por muerto al hombre. Barthes, al autor. Al estilo. Deleuze, desde Nietzsche, a la negatividad, o sea: al conflicto en la historia. Y la academia norteamericana sistematizó todo esto incorporando con fervor a los héroes de la French Theory. El fracaso es terrible y hasta patético. En tanto los posmodernos postulan la muerte de la totalidad, el Departamento de Estado postula la globalización. En tanto proponen la muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta –hace años que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la desarrollo– es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto centrado y no descentrado, logocéntrico, fonocéntrico, ajeno a toda posible diseminación, informático, bélico, enmascarador, sometedor de conciencias, sujetador de sujetos, creador de realidades virtuales, creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear la realidad, esa realidad que ese sujeto quiere que sea, quiere que todos crean que es, que se sometan a ella, y, sometiéndose, se sometan a él, porque lo que crea el sujeto absoluto comunicacional es la verdad, una verdad en la que todos acabarán creyendo y que no es la verdad, sino la verdad que el poder absoluto comunicacional quiere que todos acepten. En suma, su verdad. Imponer su verdad como verdad para todos es el triunfo del sujeto comunicacional. Para eso debe formar los grupos, los monopolios. Debe apoderarse del mercado de la información para que sólo su voz sea la que se escuche. Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen. Una vez que esto se logra el triunfo es seguro. El arma más poderosa de la supraposmodernidad del siglo XXI radica en el mayor posible dominio de los medios de información. Que ya no informan. Que transmiten a la población los intereses de las empresas que forman el monopolio. Intereses en los que todas coinciden. Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el comunicacional. ¡Por supuesto! ¿Si había negado al sujeto cómo iba a analizar los esfuerzos del poder por constituirlo de acuerdo a sus intereses? Nadie vio –además, y se me antoja imperdonable– al nuevo y monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel. Algo atisbó Cornelius Castoriadis. Pero poco. Relacionó las campañas electorales con las empresas que las financian. Pero –insisto–, aquí lo esencial es que el tema del sujeto ha vuelto a primer plano. Colonicemos al sujeto, hagámosle creer lo que nosotros creemos, y el poder será nuestro. El poder empieza por la conquista de la subjetividad. Empieza por la construcción de algo a lo que daré el nombre del sujeto-Otro.

Formulemos –como punto de partida de esta temática esencial– la obligada pregunta: ¿qué es el sujeto-Otro? Es lo Otro del sujeto. Escribo Otro con esa enorme O mayúscula para marcar la ajenidad que el Poder consigue instaurar entre el sujeto y lo Otro de sí. Heidegger transitó bien está temática. Lo que yo llamo sujeto-Otro es ese sujeto que –según Heidegger– ha caído "bajo el señorío de los otros" (Ser y Tiempo, parágrafo 27). He aquí un señalamiento brillante y preciso: el señorío de los otros. Heidegger amplía el concepto: quien cae bajo ese señorío (el de los Otros) "no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser". "El Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida. Mis posibilidades (...) son las del Otro, son las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido" (JPF, La historia desbocada, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009, p. 128). Heidegger, sin embargo, se remite a la esfera ontológica: lo que se pierde es el ser. No creo que debamos poner el acento ahí: lo que se pierde es la subjetividad, la conciencia, la autonomía de pensar por nosotros mismos, pues pensamos lo que nos hacen pensar, decimos lo que nos hacen decir y nos convertimos en patéticos, bobos, manipulados defensores de causas ajenas. CFK manejó la temática con precisión y con una audacia que –yo, al menos, y ya tengo mis años viviendo siempre en este país– no le vi a ningún presidente. Cuando retoma la frase de tapa de Clarín y la da vuelta es donde revela qué es el Poder. Clarín titula: "El Gobierno avanza en Papel Prensa para controlar la palabra impresa". Detrás de esta frase está toda la campaña "erosionante" (por utilizar un concepto del revolucionario popular agrario Buzzi, fiel a sus bases hasta la muerte, hasta matar a la FA sometiéndola a los intereses de la Sociedad Rural, manejada hoy por el "Tano" Biolcati, descendiente de la "chusma ultramarina" que Cané desdeñaba, y no por Martínez de Hoz o por el elegante señor Miguens) de la oposición. Es decir, el Gobierno es autoritario, enfermo de poder y siempre empeñado en silenciar a todos. CFK le da la razón a Clarín: "Clarín piensa que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. Quiero en esto coincidir con Clarín. Claro, quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. ¿Por qué? Porque Papel Prensa Sociedad Anónima es la única empresa que produce en el país pasta celulosa para fabricar papel de diario, fabrica el papel de diario, lo distribuye y lo comercializa en lo que se conoce en términos económicos y jurídicos como una empresa monopólica integrada verticalmente. ¿Por qué? Porque va desde la materia prima hasta el insumo básico, pero no solamente produce ese insumo básico sino que además determina a quién le vende, cuánto le vende y a qué precio le vende. Por eso coincido con Clarín en que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa en la República Argentina".

El Poder –en cada país– tiene que formar monopolios para tener unidad de acción. No se tiene todo el poder si se tiene sólo Papel Prensa, que implica, es verdad, el control de la palabra impresa. Pero hay que tener otros controles. Sobre todo –hoy, en el siglo XXI, en esta supraposmodernidad manejada por la imagen– el poder de la imagen. Y el de la voz radial, siempre penetrante, omnipresente a lo largo de todo el día. Se trata de la metralla mediática. No debe cesar. ¿Por qué este Gobierno se complica en esta lucha con gigantes sagrados, intocables? O lo hace o perece en cualquier momento. Desde la campaña del señor Blumberg se advirtió que los medios podían armar una manifestación popular en pocas horas. Toda la gilastrada de Buenos Aires salió con su velita detrás del ingeniero que no era e impulsada por Hadad y la ideología-tacho que –en ese entonces– era una creación de Radio 10. La ideología-tacho es un invento puramente argentino. Como el colectivo, el dulce de leche y Maradona. Uno toma un taxi en cualquier parte del mundo y el taxista no lo agrede con sus opiniones políticas. Lo deja viajar tranquilo. Sigamos: la segunda, terrible señal de alarma fue durante las jornadas "destituyentes" y "erosionantes" del "campo". Sin el apoyo inmoderado de "los medios" habría sido un problema menor. Pero la furia mediática llegó a sus puntos más estridentes. La "oposición" no es esa galería patética de ambiciosos, torpes e impresentables políticos que pelean mejor entre ellos que con sus adversarios. Son los medios. La derecha no tiene pensadores, tiene periodistas audaces, agresivos. Y la mentira o la deformación lisa y llana de toda noticia es su metodología.

El análisis de CFK fue excesivamente rico para una sola nota. Hasta aquí tenemos: Videla convocó a La Nación, Clarín y La Razón y les entregó Papel Prensa. Al ser el Estado desaparecedor socio de la sociedad que se formó, esos diarios no sólo apoyaron o colaboraron con un régimen abominable, fueron sus socios. ¿Para qué? CFK lo dice así: "Durante esos años se escuchaba mucho el tema defender nuestro estilo de vida. Nunca pude entender exactamente a qué se referían cuando se hablaba de defender nuestro estilo de vida. Yo no creo que la desaparición, la tortura, la censura, la falta de libertad, la supresión de la división de los poderes puedan haber formado en algún momento parte del estilo de vida de los argentinos". Sí, en el momento en que se constituye Papel Prensa y Videla les pide a los grandes diarios que –ahora sí: a muerte– defiendan la lucha en que están empeñados, el estilo de vida argentino, para ser defendido, requería los horrores de la ESMA. Hay un libro de Miguel Angel Cárcano: El estilo de vida argentino. En sus páginas se traza una imagen idílica, campestre, cotidiana y señorial del general Roca. Ese es –para Cárcano– un héroe de nuestro estilo de vida. El de ellos, el de la oligarquía que hizo este país a sangre fuego y a sangre y fuego lo defendió siempre que se sintió atacada. Los herederos de Cárcano y Roca todavía lo defienden. Si se les deja el poder de "formar la opinión pública" como siempre lo hicieron volveremos al país que desean: el del neoliberalismo, el de los gloriosos noventa. Conservarán el poder. Al que CFK dibujó así: "Si hay un poder en la República Argentina, es un poder que está por sobre quien ejerce la Primera Magistratura, en este caso la Presidenta, también por sobre el Poder Legislativo y, mal que pese, también por sobre el Poder Judicial (...) es invisible a los ojos". Es el poder que tan impecablemente definió un otrora misterioso personaje: "¿Presidente? Ese es un puesto menor".

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Un análisis del poder

 Por José Pablo Feinmann

El discurso que la presidenta CFK ofreció el 24 de agosto fue más allá de lo que han ido todos los discursos de los presidentes argentinos hasta la fecha. Nadie –ni siquiera el primer Perón o Evita– procedieron a una destotalización de la estructura del poder en la Argentina. Analíticamente, destotalizó, en primer término, la totalidad y luego la armó otra vez para exhibir su funcionamiento. ¿De qué estaba hablando la Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente. Para salir de Marx y entrar en Heidegger (como crítico exquisito de la modernidad pero desde otro lado al de Marx) se vio obligada a eliminar al sujeto, tal como Heidegger lo había hecho con innegable brillo desde su texto La época de la imagen del mundo. También Michel Foucault dio por muerto al hombre. Barthes, al autor. Al estilo. Deleuze, desde Nietzsche, a la negatividad, o sea: al conflicto en la historia. Y la academia norteamericana sistematizó todo esto incorporando con fervor a los héroes de la French Theory. El fracaso es terrible y hasta patético. En tanto los posmodernos postulan la muerte de la totalidad, el Departamento de Estado postula la globalización. En tanto proponen la muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta –hace años que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la desarrollo– es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto centrado y no descentrado, logocéntrico, fonocéntrico, ajeno a toda posible diseminación, informático, bélico, enmascarador, sometedor de conciencias, sujetador de sujetos, creador de realidades virtuales, creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear la realidad, esa realidad que ese sujeto quiere que sea, quiere que todos crean que es, que se sometan a ella, y, sometiéndose, se sometan a él, porque lo que crea el sujeto absoluto comunicacional es la verdad, una verdad en la que todos acabarán creyendo y que no es la verdad, sino la verdad que el poder absoluto comunicacional quiere que todos acepten. En suma, su verdad. Imponer su verdad como verdad para todos es el triunfo del sujeto comunicacional. Para eso debe formar los grupos, los monopolios. Debe apoderarse del mercado de la información para que sólo su voz sea la que se escuche. Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen. Una vez que esto se logra el triunfo es seguro. El arma más poderosa de la supraposmodernidad del siglo XXI radica en el mayor posible dominio de los medios de información. Que ya no informan. Que transmiten a la población los intereses de las empresas que forman el monopolio. Intereses en los que todas coinciden. Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el comunicacional. ¡Por supuesto! ¿Si había negado al sujeto cómo iba a analizar los esfuerzos del poder por constituirlo de acuerdo a sus intereses? Nadie vio –además, y se me antoja imperdonable– al nuevo y monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel. Algo atisbó Cornelius Castoriadis. Pero poco. Relacionó las campañas electorales con las empresas que las financian. Pero –insisto–, aquí lo esencial es que el tema del sujeto ha vuelto a primer plano. Colonicemos al sujeto, hagámosle creer lo que nosotros creemos, y el poder será nuestro. El poder empieza por la conquista de la subjetividad. Empieza por la construcción de algo a lo que daré el nombre del sujeto-Otro.

Formulemos –como punto de partida de esta temática esencial– la obligada pregunta: ¿qué es el sujeto-Otro? Es lo Otro del sujeto. Escribo Otro con esa enorme O mayúscula para marcar la ajenidad que el Poder consigue instaurar entre el sujeto y lo Otro de sí. Heidegger transitó bien está temática. Lo que yo llamo sujeto-Otro es ese sujeto que –según Heidegger– ha caído "bajo el señorío de los otros" (Ser y Tiempo, parágrafo 27). He aquí un señalamiento brillante y preciso: el señorío de los otros. Heidegger amplía el concepto: quien cae bajo ese señorío (el de los Otros) "no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser". "El Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida. Mis posibilidades (...) son las del Otro, son las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido" (JPF, La historia desbocada, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009, p. 128). Heidegger, sin embargo, se remite a la esfera ontológica: lo que se pierde es el ser. No creo que debamos poner el acento ahí: lo que se pierde es la subjetividad, la conciencia, la autonomía de pensar por nosotros mismos, pues pensamos lo que nos hacen pensar, decimos lo que nos hacen decir y nos convertimos en patéticos, bobos, manipulados defensores de causas ajenas. CFK manejó la temática con precisión y con una audacia que –yo, al menos, y ya tengo mis años viviendo siempre en este país– no le vi a ningún presidente. Cuando retoma la frase de tapa de Clarín y la da vuelta es donde revela qué es el Poder. Clarín titula: "El Gobierno avanza en Papel Prensa para controlar la palabra impresa". Detrás de esta frase está toda la campaña "erosionante" (por utilizar un concepto del revolucionario popular agrario Buzzi, fiel a sus bases hasta la muerte, hasta matar a la FA sometiéndola a los intereses de la Sociedad Rural, manejada hoy por el "Tano" Biolcati, descendiente de la "chusma ultramarina" que Cané desdeñaba, y no por Martínez de Hoz o por el elegante señor Miguens) de la oposición. Es decir, el Gobierno es autoritario, enfermo de poder y siempre empeñado en silenciar a todos. CFK le da la razón a Clarín: "Clarín piensa que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. Quiero en esto coincidir con Clarín. Claro, quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. ¿Por qué? Porque Papel Prensa Sociedad Anónima es la única empresa que produce en el país pasta celulosa para fabricar papel de diario, fabrica el papel de diario, lo distribuye y lo comercializa en lo que se conoce en términos económicos y jurídicos como una empresa monopólica integrada verticalmente. ¿Por qué? Porque va desde la materia prima hasta el insumo básico, pero no solamente produce ese insumo básico sino que además determina a quién le vende, cuánto le vende y a qué precio le vende. Por eso coincido con Clarín en que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa en la República Argentina".

El Poder –en cada país– tiene que formar monopolios para tener unidad de acción. No se tiene todo el poder si se tiene sólo Papel Prensa, que implica, es verdad, el control de la palabra impresa. Pero hay que tener otros controles. Sobre todo –hoy, en el siglo XXI, en esta supraposmodernidad manejada por la imagen– el poder de la imagen. Y el de la voz radial, siempre penetrante, omnipresente a lo largo de todo el día. Se trata de la metralla mediática. No debe cesar. ¿Por qué este Gobierno se complica en esta lucha con gigantes sagrados, intocables? O lo hace o perece en cualquier momento. Desde la campaña del señor Blumberg se advirtió que los medios podían armar una manifestación popular en pocas horas. Toda la gilastrada de Buenos Aires salió con su velita detrás del ingeniero que no era e impulsada por Hadad y la ideología-tacho que –en ese entonces– era una creación de Radio 10. La ideología-tacho es un invento puramente argentino. Como el colectivo, el dulce de leche y Maradona. Uno toma un taxi en cualquier parte del mundo y el taxista no lo agrede con sus opiniones políticas. Lo deja viajar tranquilo. Sigamos: la segunda, terrible señal de alarma fue durante las jornadas "destituyentes" y "erosionantes" del "campo". Sin el apoyo inmoderado de "los medios" habría sido un problema menor. Pero la furia mediática llegó a sus puntos más estridentes. La "oposición" no es esa galería patética de ambiciosos, torpes e impresentables políticos que pelean mejor entre ellos que con sus adversarios. Son los medios. La derecha no tiene pensadores, tiene periodistas audaces, agresivos. Y la mentira o la deformación lisa y llana de toda noticia es su metodología.

El análisis de CFK fue excesivamente rico para una sola nota. Hasta aquí tenemos: Videla convocó a La Nación, Clarín y La Razón y les entregó Papel Prensa. Al ser el Estado desaparecedor socio de la sociedad que se formó, esos diarios no sólo apoyaron o colaboraron con un régimen abominable, fueron sus socios. ¿Para qué? CFK lo dice así: "Durante esos años se escuchaba mucho el tema defender nuestro estilo de vida. Nunca pude entender exactamente a qué se referían cuando se hablaba de defender nuestro estilo de vida. Yo no creo que la desaparición, la tortura, la censura, la falta de libertad, la supresión de la división de los poderes puedan haber formado en algún momento parte del estilo de vida de los argentinos". Sí, en el momento en que se constituye Papel Prensa y Videla les pide a los grandes diarios que –ahora sí: a muerte– defiendan la lucha en que están empeñados, el estilo de vida argentino, para ser defendido, requería los horrores de la ESMA. Hay un libro de Miguel Angel Cárcano: El estilo de vida argentino. En sus páginas se traza una imagen idílica, campestre, cotidiana y señorial del general Roca. Ese es –para Cárcano– un héroe de nuestro estilo de vida. El de ellos, el de la oligarquía que hizo este país a sangre fuego y a sangre y fuego lo defendió siempre que se sintió atacada. Los herederos de Cárcano y Roca todavía lo defienden. Si se les deja el poder de "formar la opinión pública" como siempre lo hicieron volveremos al país que desean: el del neoliberalismo, el de los gloriosos noventa. Conservarán el poder. Al que CFK dibujó así: "Si hay un poder en la República Argentina, es un poder que está por sobre quien ejerce la Primera Magistratura, en este caso la Presidenta, también por sobre el Poder Legislativo y, mal que pese, también por sobre el Poder Judicial (...) es invisible a los ojos". Es el poder que tan impecablemente definió un otrora misterioso personaje: "¿Presidente? Ese es un puesto menor".


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viernes, 27 de agosto de 2010

[lecturayformacion] “Clarín y La Nación nos humillaron, fue un afano”, dijo Isidoro Graiver

 

http://tiempo.elargentino.com/notas/clarin-y-nacion-nos-humillaron-fue-afano-dijo-isidoro-graiver

"Clarín y La Nación nos humillaron, fue un afano", dijo Isidoro Graiver

Publicado el 26 de Agosto de 2010

Fue el 11 de junio pasado. Sostuvo que desde las páginas de los diarios los presionaron, que el precio pagado "tuvo poca vinculación con el real". Además, en sede judicial reconoció el vínculo de las tres armas con los tres diarios.
  Llegó a la entrevista con Tiempo Argentino diez minutos después de lo pactado, a las 16:10, del 11 de junio pasado. Fumaba, ansioso, como lo hizo durante las dos horas y 12 minutos que duró el encuentro. Isidoro Graiver, de 62 años, el hermano de David, llegó al bar Finisterra, en la esquina de Uriarte y Honduras, del barrio de Palermo, como habíamos acordado. Andaba con el paso apurado. Nos saludamos en la puerta del bar y nos sentamos en una de las mesas dispuestas en la vereda. Hacía frío, y el sol le daba de lleno en el rostro. Vestía un pantalón de jean, zapatos náuticos marrones, campera negra y camisa celeste sin corbata, desabrochada en el primer botón. Un hombre clásico.
No era, sin embargo, la primera vez que hablábamos. En los tres meses que duró la investigación periodística que publicó este diario –en suplementos especiales que agotaron dos ediciones, el domingo 6 y el miércoles 9 de junio de 2010–, insistimos telefónicamente para entrevistarlo. Pero Isidoro –una víctima de la masacre y el  latrocinio que impuso a sangre y fuego la última dictadura y sus socios civiles-, se negó con gentileza. No nos conocía. Dijo que tenía miedo por sus hijos. Le creímos. Se excusó en que había sellado un pacto familiar, que incluía sepultar los fantasmas de un pasado que los acorraló y los dejó solos. También le creímos.
Todo cambió con la publicación de nuestro trabajo, nos dijo, mucho antes de que el Estado confirmara el despojo de Papel Prensa. Cambió para bien. Explicó Isidoro, entonces: "No se equivocaron en casi nada." Y decidió sentarse con nosotros. Con la campera puesta y sin dejar de fumar. Unos 40 minutos después, aceptó entrar a la redacción de Tiempo Argentino y tomar un café en la sala de editores, esta vez con un puro entre los dedos. La noticia corrió como reguero de pólvora. "Está Isidoro Graiver. Habla por primera vez con un medio periodístico", se comentaba en las secciones. Isidoro reiteró su postura cautelosa de contarnos la verdad de la tragedia que azotó a su familia, bajo una condición: que no le atribuyéramos lo que decía. Quería cooperar con la verdad, pero sin aparecer. Otra vez usó el argumento familiar. Y se largó a hablar: "(La de Papel Prensa) fue una operación que era a todas luces un afano, lisa y llanamente un afano. Los diarios nos humillaron", así comenzó.
Por eso ayer, miércoles 25 de agosto, cuando leímos la solicitada a página completa en Clarín y La Nación, y conocimos el contenido de la carta que le escribió a su sobrina María Sol Graiver –ante escribano público– publicada en la tapa coordinada de los dos diarios que lo humillaron hace 34 años, lo primero que nos sorprendió fue que accediera a una exigencia de sus antiguos victimarios. Ayer, cuando Isidoro Graiver se contradijo, cediendo a las presiones de los diarios acusados de cometer delitos de lesa humanidad en el despojo de Papel Prensa, nosotros, periodistas de este diario, quedamos automáticamente relevados del acuerdo de confidencialidad con él. Mantenerlo sería faltar a la verdad. O peor aun: contribuir a la operación de Clarín y La Nación para garantizarse la impunidad con falsedades en un caso que hoy es asunto de interés público.
Los lectores tienen derecho a recibir información. Nosotros estamos obligados a dárselas. La verdad no es nuestra: es de la sociedad. No podemos saber las razones secretas de Isidoro para cambiar sus dichos, después de entrevistarse con Tiempo. Tampoco sabemos por qué, desde la semana pasada, dejó de atender nuestros llamados. Sólo él lo sabe. Pero debe ser algo muy grave. Quizás el amor a su sobrina, a quien quiere como si fuera una hija, haya influido. Quizás tuvo temor a volver a sufrir. O todo eso junto. Lo que sí sabemos es que a María Sol Graiver, en julio pasado, "los adquirentes de las acciones de Papel Prensa SA", es decir, los diarios Clarín y La Nación, "le efectuaron un requerimiento": un "pedido", según dejaron constancia ante escribano público. Tampoco sabemos con exactitud cuál fue ese "pedido". Pero cualquier cosa que haya sido fue lo suficientemente grave como para que Isidoro abandonara una versión documentada de los hechos, por otra, que sólo sostiene las falacias de los que ayer lo despojaron.
Esa tarde fría de junio, Isidoro explicó a Tiempo su posición sobre Papel Prensa y la alianza de los tres diarios con las tres armas. Dijo que las presiones para arrebatarles Papel Prensa "eran permanentes". Y nos dio una pista fundamental: que buscáramos los artículos periodísticos de Clarín y La Nación de octubre de 1976, un mes antes de que se concretara la venta "trucha" de las acciones a los diarios, el 2 de noviembre. Y nos dijo, textual: "Nos dedicaban las primeras planas todos los días, 'la familia Graiver, los chorros'. Había un tema de intereses, que obviamente también existían, y además el tema de la humillación. En su momento fue casi una capitulación de la Unión Industrial Argentina (UIA) frente a la Confederación General Económica (CGE), en la época de José Ber Gelbard, y se debían la revancha. La revancha de las familias patricias o de las grandes empresas o bancos en la que estábamos insertados con fuerza. Nos destruyeron como grupo económico, porque ese era el objetivo, sacarnos de pista. Antes de la muerte de mi hermano, era uno de los grupos económicos más fuertes."
–Algo así como "no los vamos a dejar crecer más"– le preguntamos.
–No le quepa la menor duda–nos contestó–. En algún momento alguien dijo: "hagamos esto". Por eso, nada fue espontáneo ni casual.
–Y entre los cerebros estuvo el mismo José Alfredo Martínez de Hoz.
–No tengo dudas.

Martínez de Hoz era el ministro de Economía del dictador Jorge Rafael Videla, el hombre que había pactado el silenciamiento del genocidio con los diarios a cambio de Papel Prensa.
En su propio relato, Isidoro reconoció que, tras la muerte de su hermano, fue Jorge Rubinstein, el abogado de la familia y hombre de "máxima confianza de David", quien quedó "al frente de todos los negocios en Buenos Aires".
El marginamiento en las decisiones y el rol cada vez más importante de Rubinstein, sumado a su habitual destrato, terminaron por alejar a Isidoro de todos los negocios. La separación fue sellada con un acuerdo económico. Por eso, Isidoro no tenía a su nombre ninguna acción de Papel Prensa. Por eso ni su nombre ni su firma fueron necesarios en el posterior traspaso. Ni quedaron rubricados en los documentos de la venta. Sólo participó en calidad de acompañante. En cambio, sí aparecen en los documentos las firmas de sus padres, Juan y Eva, y de su cuñada Lidia Papaleo, representante de los intereses de su hija María Sol. Isidoro explicó que la reunión, a la que terminaron cediendo por las presiones y el trato vejatorio desde los diarios interesados, se hizo en las oficinas del diario La Nación. Las mismas en las que Lidia asegura que Héctor Magnetto le dijo: "Firme o le costará la vida de su hija y la suya." Estaban separados, según el testimonio de Lidia: "los padres de David por un lado, Isidoro con (Benito) Campos Carlés y yo con (Héctor) Magnetto". De modo que difícilmente Isidoro haya podido ver y oír todo.
A pesar de que en la carta personal a su sobrina, Isidoro Graiver asegura que no le "consta que los diarios hayan actuado de acuerdo con las autoridades militares de ese momento para la compra de la compañía", en sede judicial, donde nos dijo que fuéramos a buscar su testimonio (cosa que hicimos), dejó asentado lo contrario. Ante el fiscal Ricardo Molinas, el 6 de noviembre de 1985, declaró: "En el mes de octubre de 1976, el doctor Miguel de Anchorena, en ese entonces apoderado de la sucesión de Graiver, se puso en contacto con su cuñada (Lidia) para informarle que había recibido una información de Francisco Manrique cuyo contenido era, sintéticamente, que el gobierno nacional vería con agrado la desaparición del conjunto empresario Graiver como tal, para lo cual sería necesario la venta de los paquetes accionarios de Papel Prensa, estimando que los compradores lógicos eran los diarios Nación, Clarín y Razón." El gobierno nacional, vale aclararlo, eran Videla y Martínez de Hoz. Y los beneficiarios, los que dijo Isidoro en sede judicial, no ante un escribano: Magnetto, Mitre y Herrera de Noble.
 "El precio que recibimos fue el mejor que pudimos obtener", afirmó Isidoro en la insólita solicitada publicada ayer por Clarín y La Nación. A nosotros nos dijo otra cosa. Hacemos una cita textual, nuevamente: "La presión era permanentemente. Los aprietes eran permanentes". También en sede judicial, en plena democracia, Isidoro aseguró que en una reunión a la que lo convocó Guillermo Gainza Paz, del diario La Prensa, le hicieron "una oferta que consideraba totalmente inadecuada, quedando así suspendidas las tratativas. La situación quedó así hasta el día anterior al previsto para la asamblea en la cual debía autorizarse la transferencia de los paquetes accionarios comprados por el Grupo Graiver a los originales dueños, ante la certeza que esa transferencia no iba a ser autorizada (dado que el señor Manrique en el ínterin había ratificado lo adelantado por Anchorena) y se produciría el grave riesgo de no obtener el reintegro del precio abonado, más los intereses y lo invertido, ese día al efectuarse la asamblea en horas del mediodía tomó contacto el doctor Anchorena para decirles que los tres diarios mencionados proponían una reunión urgente con el propósito de hacer una oferta para la compra de las acciones".
Los habían acorralado. Los diarios Clarín, La Nación y La Razón operaron con información confidencial, sabiendo que ese día la Junta Militar no le aprobaría la compra al Grupo Graiver y, por ende, lo descapitalizaría. "No tuvimos una oferta mejor que la aceptada por lo exiguo del tiempo de acuerdo", aseguró Isidoro ante una autoridad judicial de la democracia. No les dejaron tiempo. "Nosotros perdíamos como mínimo los derechos políticos sobre las acciones, es decir, todo, y con el riesgo de tener que devolver las acciones, es decir una cosa asquerosa. Nos humillaron", le aseguró a Tiempo.

"Ustedes tienen los medios para hacerlo –nos dijo–. Si buscan archivos, los antecedentes previos a la operación, a mediados de octubre más o menos, en los diarios Clarín, La Nación y La Razón van a ver una historia muy sugerente. Todos los días sacaban primeras planas o primeras páginas con noticias del Grupo Graiver, desaparecido, tonterías, y de repente durante 48 horas no publicaron una sola línea. Fue la previa de la reunión."
Buscamos las notas, como nos pidió. Tenía razón. Clarín calificaba de "actividades ilegales" las realizadas por el Grupo Graiver. Y llegó a dedicarle una editorial en la que le clamaron a la Junta Militar "una investigación necesaria" sobre los Graiver, porque "el prestigio de La Nación quedaría inadmisiblemente afectado si aquí no se promueven medidas", les advirtieron. Como es de público conocimiento, la Junta cumplió.
Esta es la cronología "de la humillación" de la que habló Isidoro. Mientras recibían los llamados presionándolos para vender, La Nación publicó sobre Graiver, el 11 de octubre de 1976, que estaba supuestamente "implicado en la quiebra fraudulenta de dos bancos (…) por 150 millones de dólares". Cuatro días después desplegó una publicidad a página completa de la revista Somos, con el título: "El caso Graiver", en el que los habían escudriñado y hasta se preguntaban: "¿Está muerto… o no?" Ese mismo día, Clarín publicó que el grupo Graiver "involucra en un delicado problema a varios bancos de Buenos Aires". Los acusaban con "informaciones extraoficiales" de usar uno de sus bancos "para exportar capitales de la Argentina", de hacer "actividades ilegales", "demostrándose que habían presentado sucesivos balances falsos que lucían una irreal prosperidad". Para terminar ese artículo, que no estaba firmado por ningún periodista, aseguraban: "no se explican (…) cómo Graiver pudo haber gozado de impunidad".
Nueve días después, ya en medio de las negociaciones, para La Nación no eran supuestos. Al referirse a David decían: "el millonario argentino al que se involucra en un gigantesco fraude". El 22 de octubre, el tema llegó al ya mencionado editorial principal de Clarín. Primero destacaron que "el clima reinante antes del 24 de marzo (del golpe) era de corrupción administrativa del régimen", y luego de describir las operatorias ilegales que le atribuían al grupo aseguraron: "(se) hace necesaria una más prolija investigación". El 28 de octubre, después de detallar las "responsabilidad de Gelbard",  sostuvieron que el ex ministro de Economía de Perón, José Ber Gelbard, "fue sancionado, privándosele de sus derechos políticos y de su ciudadanía argentina", se encargaron del Grupo Graiver: "con notoria vinculación con Gelbard, que le valió todo tipo de ventajas y privilegios y cuyos manejos financieros han culminado con un escándalo de proporciones internacionales". Con ese grupo, Clarín, La Nación y La Razón se sentaron "a negociar". No fue una venta libre. Fue un apriete. Las pruebas están a la vista. No lo decimos nosotros: lo afirmó Isidoro Graiver, que ahora intenta desmentir a su hermana. Cuanto más atacaban y satanizaban al Grupo Graiver, más rápido lo obligaban a desprenderse de las acciones. Fue en ese clima de "libertad", cuando el terrorismo de Estado devoraba a una persona cada media hora, en medio de esa campaña psicológica, que los tres diarios en alianza con las tres armas concretaron la operación de traspaso. Es decir, consumaron su despojo.
 "A todas luces era un afano, lisa y llanamente, un afano. El precio tuvo claramente poca vinculación con el valor real", le aseguró Isidoro a este diario en junio. Y quedó registrado de este modo. Una vez más, la cita es textual:

–¿Usaban los diarios para extorsionarlos y quedarse con el gran negocio? Mitre, Herrera de Noble y Peralta Ramos publicaban a propósito.
–Yo creo que era una concurrencia. Los diarios usaban eso para meter presión. Tanto a nosotros como al gobierno.
"Cuando estábamos secuestrados, la venta de Papel Prensa ya estaba concluida", sostiene Isidoro Graiver en la solicitada que se publicó ayer. A decir verdad, las acciones vendidas por los padres de David, (Juan y Eva) y Lidia Papaleo tenían que ser aprobadas por el juez que llevaba adelante la sucesión. En otras palabras: todos estaban secuestrados cuando el juez aún no había aprobado la operación. De hecho, nunca lo hizo.
Por otra parte, el otro paquete accionario que todos reconocen, incluido Isidoro, que estaba a nombre de Rafael Ianover, el testaferro de los Graiver, también debió integrar el acervo sucesorio. Pero esto no pasó. Los tres diarios le compraron las acciones a Ianover sin decirle cuánto le pagaban. Le dijeron que si firmaba no le iba a pasar nada, es decir que no lo secuestrarían: sabían que no eran de él, sino de David Graiver. Lo secuestraron igual.
Toda esta historia huele mal. Hay sangre, hay torturas y hay mucho dinero en juego.
Este verdadero drama que tiene tres décadas y media de existencia continúa dando coletazos.
Lo resuelve la justicia de la democracia. O los diarios Clarín y La Nación que, hoy como ayer, mienten desde sus tapas y usan de manera siniestra, en su beneficio, un conflicto familiar.
Quizás el cambio de opinión de Isidoro Graiver se justifique en una frase que nos quedó grabada, a modo de despedida en aquel encuentro de junio, que hoy revelamos: "Me importa un carajo lo que piensen o dejen de pensar. Porque siempre tiene razón el que gana."
Ojalá, esta vez, gane la verdad. <

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