Macriópolis
La ciencia es un arma cargada de futuro
Casi Gabriel Zelaya
(¿Habrá oído alguna vez este verso
nuestro jefe de Gobierno?)
Con bigote por Barba recortado
Con la piel de un dinosaurio ya extinguido
Macri viene como un nuevo invertebrado
Desgranando su discurso perimido
El querría a Tolomeo y Torquemada
Vivir la ciudad plana y medieval
Balbuceando ante cualquier inconveniente
Que la única solución es la integral.
Así le habló el payador
a toda la concurrencia
cuando empezó a recitar
sobre el macrismo, y la ciencia
Tecnópolis, la ignorancia
Y un bigote recortado
Por mandato de una barba
Que es sólo cartón pintado.
La ciencia, el conjunto de ella, es una parte de la cultura, una parte central, una herramienta del desarrollo, uno de los componentes de la belleza. Cuando dirigíamos el Planetario de la Ciudad, nuestro esfuerzo principal justamente, consistía en poner los recursos de cara a la ciudad; en gran medida lo conseguimos. Llevamos el Planetario a quienes no podían acceder a él (cárceles, hospitales, villas); pero esto que hacíamos tenía una clara raíz ideológica: la ciencia y la cultura son bienes sociales porque toda la sociedad participa de una manera u otra en ellas.
La ciencia y la cultura no se hacen (o por lo menos no se hacen solamente) en los laboratorios, sino en las calles, en los cafés: es un espectáculo social, construido a través de millares de conversaciones, a través de lo que la sociedad inventa, siente y piensa. Y justamente, es lo que el Gobierno se propuso al imaginarse una megamuestra grandiosa, donde todos los elementos estén integrados, y donde brille el pensamiento construido en doscientos años difíciles.
La ciencia en que creyó Moreno, la ciencia por la que luchó Belgrano, la ciencia corajuda de Ameghino, la ciencia que llevó al Premio Nobel a Houssay, a Leloir y a Milstein, sin olvidar que avanzó a los tropezones: la dictadura genocida que lleva en sus listas una buena lista de científicos y la memoria de aquella noche de los bastones largos... (¿Cómo le va a gustar ese ejercicio de memoria a Macri si él estaba del lado de los palos?).
Tratamos de hacerlo, en pequeño, en el Planetario, tratamos de hacerlo como pudimos con "Buenos Aires piensa", llevar la ciencia y la cultura a la sociedad, recuperando culturas originarias, imaginando un cielo mítico de Buenos Aires, con constelaciones como la de las Madres de Plaza de Mayo, Gardel, Hou-ssay, a la que podríamos agregar ahora la constelación de la ignorancia, que extiende por la ciudad un universo tinelliano: la cultura y la ciencia deben quedar de la General Paz para fuera, en un acceso de tos convulsa federal.
En un momento en que justamente el gobierno nacional apoya masivamente a la ciencia, y no sólo creando un Ministerio, sino repatriando científicos que debieron exiliarse por múltiples razones, aumentando el presupuesto científico y proyectando Tecnópolis, para que doscientos años de ciencia repitan el éxito de la muestra del Bicentenario, y que Macri echó de la ciudad para fuera, para Villa Martelli, donde el Gobierno, respondiéndole, decidió que fuera permanente, y seguramente itinerante, ya que las provincias se están preparando para pedirla.
¿Y cuáles son los motivos de esa expulsión? ¡Adivina adivinador! ¡Las complicaciones con el tránsito!
No deberíamos sorprendernos, ya que Macri tiene, y siempre tuvo, por lo visto, vocación de semáforo (y su discurso integral desde ya sólo es capaz de emitir tres letras: rojo, amarillo, verde, que repiten como loros su pandilla de postes pro). Al fin y al cabo, la ideología PRO no es más que eso.
También puede ser que, como a Berlusconi, lo asuste la evolución. Pero no nos engañemos, tiene vocación de semáforo, sí, tiene miedo de la evolución, sí, pero lo que le da miedo es pensar.
Pensar, que es lo que esta megamuestra representa. Porque Macri tiene miedo. Le tiene miedo a la cultura, a esa cultura científica que dinamiza la sociedad, que la construye como sociedad civil, y a un semáforo le horrorizan los piquetes (sí, porque los piquetes también son una forma de pensamiento y una de las organizaciones que la sociedad se da a sí misma), y pensar, para usar las palabras de nuestro semáforo gobernante, es un proceso integral. ¿Cómo no va a tener miedo? ¿Cómo no va a echar integralmente a Tecnópolis fuera de los límites de una ciudad?
¿Cómo no va a cometer la estupidez histórica de asociar su nombre a la interrupción de un logro de toda la sociedad, que le da miedo en forma integral? ¿Cómo no le va a gustar que su nombre quede asociado al rechazo por la cultura, como un Onganía pequeño y miserable en forma y fondo? Cómo no va a aferrarse a la ignorancia y el oscurantismo. Si una y otro son integrales y le salen tan bien.
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