lunes, 18 de abril de 2011

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Posted: 15 Apr 2011 02:05 PM PDT

La oposición en tiempo de definiciones.

Por Edgardo Mocca, para Revista Debate

El llamado de Macri a la unidad de la oposición enmarcado en la presentación de un "acuerdo programático" es una expresión extrema de la subordinación de la política a las reglas del lenguaje publicitario. El programa político –un conjunto de vaguedades políticamente correctas- no es más que el envoltorio del producto que se ofrece: una operación que coloca al jefe de gobierno en el centro de la escena y, simultáneamente, obliga a todos los campamentos opositores a definir una posición en torno a la jugada.

    No se debería perder un minuto en la discusión sobre metas tan definidas como "una educación pública de calidad" o el "trabajo sobre sectores juveniles vulnerables". Los proyectos políticos no se construyen sobre enunciados de esta especie, secos e inanimados, válidos para cualquier tiempo y lugar. El nacimiento de un fenómeno político nuevo solamente es posible sobre la base de operar sobre las líneas de tensión realmente existentes en la sociedad. Así fue cuando Alfonsín colocó al momento de la recuperación democrática en el lugar de un nuevo capítulo histórico, signado por la recuperación de lo público por sobre las querellas corporativas cuyo desarrollo había llevado al país a la anarquía, al caos y al terrorismo dictatorial. A su manera también Menem –que no enunció de entrada ningún programa sino que lo tejió en el silencio y el ocultamiento- se presentó ante el país como el portador de un nuevo momento: en este caso como la liberación de las fuerzas de mercado largamente agobiadas por las cadenas del estatismo y el populismo. Así son las propuestas políticas de época; surgen en medio del drama de la lucha por el poder y son armas de combate en esa batalla, no jingles publicitarios ni clases de instrucción cívica.
    Lo importante, entonces, es que Macri puso en escena el segundo acto de la operación destinada a unificar a la oposición. Con la mirada en el reloj electoral, sus asesores saben que el tiempo para producir cambios en el clima político capaces de comprometer el triunfo oficialista en octubre, se está consumiendo velozmente. Se sabe que hay muchas personas en el círculo más íntimo del ingeniero que desconfían profunda y razonablemente de la posibilidad de ese viraje en las expectativas electorales. Y que, en consecuencia, propician un ajuste realista de las propias ambiciones: la defensa del bastión porteño sería el modo más aconsejable de luchar por la supervivencia de un espacio político que todavía no ha impactado seriamente en el orden nacional. Macri sería el único candidato que asegura la preservación de esas posiciones.
    La operación política tiene dos líneas probables de desarrollo, sin contar una tercera que sería la lisa y llana –y nada descartable- esterilidad. El objetivo de máxima sería el de poder colocar a Macri como el nombre de la unidad antikirchnerista y, en consecuencia instalarlo en los sondeos en un lugar claramente predominante en el polifónico concierto opositor. Desde esa posición preferencial se podría tensar la cuerda de la polarización hasta quebrar las resistencias en los principales segmentos de la oposición y hacer que la alianza con el PRO deje de ser una fatal concesión a la derecha para pasar a ser un acto de obvio pragmatismo político. La unificación opositora se haría en ese caso con la indiscutida centralidad de la derecha macrista. La otra posibilidad es que ese despegue no se produzca y que el paisaje preelectoral conserve su actual configuración con un oficialismo unido y en la delantera, ampliamente separado de las diferentes ofertas opositoras. En ese caso, no habrá generosos renunciamientos a favor del PRO. Pero podrían abrirse otros caminos, como el de abrir una gran interna de la oposición, en la que sea el electorado de las primarias abiertas y obligatorias el que defina el problema.
    Aquellos que prefieren ver el juego político en términos estrictos de "oferta y demanda" como postulaba Anthony Downs podrían dejar acá la cuestión y dar por solucionado el enigma opositor: como a todos les conviene derrotar a "la competencia" que en este caso sería el kirchnerismo, no habría inconvenientes en que sean los "consumidores" los que consagren al producto final que se ofrecerá al mercado. Claro que los creyentes de esos catecismos no reparan en algunas anomalías de tan ingenioso paradigma. Esas anomalías tienen el nombre de tradiciones, pertenencias, amores y odios y, aunque horrorice un poco, también ideologías y proyectos. Aun cuando demos por sentado la dudosa premisa de que los líderes políticos son codiciosos acumuladores de poder sin mayores preferencias en esos órdenes, hay que considerar que una vez consagrado el producto hay que conseguir que el público lo compre. Y ahí es donde las reglas del mercado empiezan a mostrar sus límites para explicar la política.
    Volvamos al plan "b" del macrismo. La interna general de la oposición tiene algunos problemas de partida: la disolución de algunos líderes y algunos partidos en la alquimia del "gran frente democrático" llevaría a esos espacios a un inevitable proceso de decadencia. Nadie imagina muy fácilmente a Carrió y mucho menos a los socialistas o a los partidarios de Solanas como socios de segunda línea de una escudería que incluye en un lugar central al partido de Macri. Hablamos, claro está, de los referentes y partidos que saben que no están jugando por el premio mayor, la presidencia, sino que conciben la elección como un camino para el crecimiento y la acumulación. La elucubración de una interna que incluya a todos los espacios opositores, o bien pertenece a la ciencia-ficción o será el principio del fin de varias carreras políticas.
    Diferente, y por eso central, es el caso de la UCR. El radicalismo se autopercibe como esqueleto principal de cualquier alternativa opositora al kirchnerismo. Es así por la larga trayectoria histórica del bipartidismo y también porque en los últimos dos años, el partido de Yrigoyen volvió a considerar en su agenda la posibilidad de volver a gobernar. Claro que la estrella de Cobos se apagó con tanta velocidad como se encendió. Pero las carencias de liderazgo en la oposición y la disposición de una fuerza con presencia territorial extendida –aunque las últimas elecciones hayan encendido luces de alarma sobre el alcance y la virtualidad de esa presencia- sitúan al radicalismo en un lugar particular de arbitraje dentro del escenario opositor.
    Con toda seguridad los asesores de Macri han considerado la posibilidad de que alguna forma de interna general de la oposición constituya una salida elegante para el dilema de hierro que enfrenta su jefe. Es decir que la generación de ese espacio de disputa ecuménica permita al intendente empresario un elegante renunciamiento. Esto sería posible si en la gran interna panradical-macrista, compiten dos fórmulas: una que exprese la sociedad con el "progresismo" y otra la unidad con la centroderecha. De esta última podría formar parte algún/a connotado/a referente del PRO, cuyo nombre no es difícil de imaginar. Un inconveniente muy visible para quienes sostienen dentro del macrismo esa estrategia es la probabilidad de que la interna la gane el progresismo. Pero en ese caso, que no es seguro porque no son los votos del aparato radical los que deciden una elección de esas características, el PRO mantiene a su carta de triunfo en la ciudad de Buenos Aires, conserva sus estrategias distritales y hace mutis por el foro en la elección presidencial, algo que, por otra parte, ya hizo en 2007.
    Todo eso es posible si el formato de ese acuerdo fuera tal que permitiera a los socios mantener todas sus ofertas distritales. Es decir si se adoptara el régimen de las colectoras, que lógicamente tendría otro nombre tratándose de un virtuoso recurso republicano.
    El operativo publicitario del macrismo ha puesto definitivamente la pelota en el campo radical. Acaso por eso el enjundioso paper programático macrista se haya cuidado de no decir nada que tenga aroma neoliberal y que, en cambio, se mencione en él al Estado como el lado bueno de la cuestión. Desde ahora –en realidad desde el documento de solidaridad con el grupo Clarín- la UCR tiene un dilema complejo. La gran unidad opositora podría hipotéticamente acercarla a la disputa real por la presidencia. Claro que para lograrlo habría tenido que consumar una abierta ruptura con su tradición y constituirse en el gran partido del orden conservador en la Argentina.
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